ACTUALIZACION CONSTANTE

sábado, 3 de diciembre de 2011

EPBDA - Capítulo 5

Capítulo 5
Bella miró a Edward, anonadada.
—Supongo que estás bromeando.
Él alzó las cejas.
—¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Decirle a Evelyn que vamos a dormir en habitaciones distintas? Puede que nos hayamos salido con la nuestra una noche, pero los criados hablarán si seguimos durmiendo separados.
Bella se pasó una mano por el pelo. Sin duda, resultaría muy extraño que no compartieran el dormitorio, sobre todo después del «comunicativo» paseo por el pueblo.
—El cotilleo llegaría a oídos del abuelo antes de que se abriera la bolsa mañana por la mañana —dijo Edward, como si hubiera leído su mente.
—Se suponía que éste iba a ser un matrimonio de conveniencia —replicó Bella.
Edward se encogió de hombros y metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
—¿Sería tan «inconveniente» compartir la cama?
Su despreocupada actitud había vuelto. Sin corbata y con el cuello de la camisa abierto, Bella pudo percibir el tranquilo latir de su pulso en su garganta. Tenía un cuello fuerte, y sería el fuerte cuerpo de un hombre el que tendría a su lado si se acostaba con él.
—Vamos, Bella —insistió Edward, sonriendo—. Sin duda podemos compartir la cama sin tocarnos. Somos dos personas adultas.
«Eso es lo que temo», pensó Bella.
Estaba acostumbrada a compartir el dormitorio con otras chicas. Con su bebé. Pero no estaba acostumbrada a compartir la cama con un hombre. Mike nunca se había quedado a pasar toda la noche con ella.
Ese detalle debería haber sido más revelador.
—No ronco —continuó Edward.
Bella no lo dudaba. Un hombre como Edward no roncaba. Un hombre como Edward calentaba la cama, calentaba los corazones, alejaba la terrible sole…
Se había prometido no volver a pensar en aquella palabra.
—No me parece buena idea, Edward. Puedo dormir en el suelo, o…
—¿Te asusta la idea, Bella?
—No me asusto de nada —replicó ella automáticamente. Aquello era algo que se aprendía en el orfanato. Se aprendía a no admitir nunca que te asustaba la oscuridad, o no tener padres, o no ser capaz de criar a su bebé a solas…
—Entonces, estamos de acuerdo —Edward se volvió para regresar a su despacho.
—¡No! —exclamó Bella automáticamente. Los huérfanos desarrollaban especialmente el instinto de conservación desde la cuna, y algo le decía que debía cuidarse de acercarse demasiado a Edward.
Él se volvió a mirarla.
—No muerdo.
«¿Y si yo quisiera que lo hicieras?» El inesperado pensamiento hizo que las mejillas de Bella se tiñeran de rubor.
Edward entrecerró los ojos mientras alargaba una mano para acariciarle la mejilla.
—Tienes miedo.
«¡Niégalo!». El pulso de Bella redobló sus latidos. Tener miedo significaba que te podían hacer daño. Y ella no iba a volver a permitir que un hombre se le acercara lo suficiente como para hacerle daño. Tenía callos para evitarlo.
Y Edward parecía tan cómodo con la idea… como si acostarse con ella no fuera a resultarle más inquietante que compartir la cama con un gato.
—Bella… —dijo, sin apartar la mano de su mejilla—. Si no quieres…
—Tonterías —interrumpió ella, tratando de ignorar el cosquilleo que recorría su piel—. Estoy deseando que llegue la hora de acostarnos.
Edward rió y apartó la mano.
—Yo también.
«Bella no tiene nada de especial».
Unos minutos después de las once, Edward se hallaba sentado en un sillón frente a la chimenea de su dormitorio, tratando de creerse aquel pensamiento. A través de la puerta del baño llegaba el sonido del agua corriendo.
Bella estaría limpiándose los dientes. Lavándose la cara. Todo lo que hacía una mujer antes de meterse en la cama… sencillo, normal.
Nada que justificara la tensión de sus músculos y la sensación de que la sangre corría más veloz por sus venas.
«Bella no tiene nada de especial».
Porque así era como iba a superar la noche. Todo el matrimonio. Con calma, relajado. Interpretarían sus papeles ante Evelyn y el resto de los criados para convencer al abuelo de que estaban realmente casados.
Para convencerle de que debía retomar las riendas de Oil Works.
Para liberarse de las responsabilidades familiares.
Para ofrecer a Eddie y a Bella la seguridad que merecían.
La puerta del baño se abrió y Bella salió vestida con una fina bata rosa. Por el cuello asomaba la blanca franela de un camisón.
Nueve negligés y había elegido un camisón de franela. «Gracias a Dios», pensó Edward.
Bella lo miró, nerviosa.
—Bien —dijo, dedicándole la forzada sonrisa que él recordaba de su primer encuentro.
—Bien —replicó Edward. No había nada especial en Bella. No tenía ningún motivo para imaginar cómo sería su piel bajo la franela.
—Voy a ver cómo está Eddie —dijo ella.
Edward no le recordó que uno de los regalos del abuelo había sido un monitor para bebés. El receptor estaba en la mesilla de noche y podía captar el sonido de una pluma cayendo en la habitación del niño.
El olor a jabón y pasta de dientes volvió a despertar la imaginación de Edward.
Para hacer que aquello funcionara, para asegurarse un «matrimonio» tranquilo, debía mantenerse tan distante y controlado como le fuera posible.
Bella dejó abierta la puerta del dormitorio, y también la del de Eddie. Viéndola inclinada sobre la cuna, Edward pensó que más parecía un ángel maternal que una mujer.
Le gustó pensar en ella de aquella manera. Angelical en lugar de excitante. Halos en lugar de hormonas. Por primera vez desde que había visto los negligés sobre la cama, su estado de ánimo se aligeró. Podía hacerlo. Podía acostarse con su mujer sin tocarla.
—Edward —un susurro cargado de sensualidad llegó a oídos de Edward—. Edward.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que la voz había surgido del monitor.
En respuesta a la llamada, se levantó y fue a la habitación del bebé. Bella lo miró y le dedicó una cálida sonrisa. Edward no pudo evitar acercarse hasta ella para aspirar su fragancia.
—Sólo estaba comprobando si funcionaba —susurró Bella, evidentemente aliviada—. Quería asegurarme —alargó una mano hacia el bebé y acarició con delicadeza su frente. Luego, como si no fuera capaz de apartarse de él, retocó la manta que lo cubría.
Algo atenazó la garganta de Edward. Trató de tragar pero no pudo. Tosió ligeramente, apartándose de la cuna.
—¿Estás bien? —preguntó Bella, apoyando una mano en su espalda.
Edward volvió a toser y se apartó ligeramente para evitar el contacto, nada especial, de aquella mano.
—Estoy perfectamente —dijo, dispuesto a salir disparado a la relativa seguridad de su dormitorio.
Bella lo detuvo con una mano. Señaló con la cabeza el caballito balancín que se hallaba en un rincón de la habitación.
—Me encanta el caballo. ¿Cómo se llama?
Edward se relajó. El caballo era un tema de conversación seguro y el dormitorio de Eddie era más seguro que el suyo.
—James lo llamó Challenger. Alice, Sueuty. Cuando lo heredé yo le puse Blackie.
—¿Fue un regalo de tu abuelo?
Edward negó con la cabeza.
—De nuestros padres. Se lo regalaron a James, pero lo fuimos heredando por turnos. Era un buen caballo de rodeo.
Bella rió con suavidad.
—Lo imagino. ¿Cómo sobrellevaba tu madre vuestras travesuras?
—No tuvo que hacerlo. Ella y mi padre murieron cuando yo era sólo un bebé.
Bella apoyó una mano en la de Edward.
—Lo siento —dijo.
Él apartó la mano con suavidad.
—No lo sientas. Tenía a mi abuelo. Y a Alice. Y a James.
Un momento de silencio.
—¿Cómo te sientes respecto a su pérdida? —preguntó Bella—. Me refiero a la de James.
Edward se enfrió de inmediato. No quería pensar en James. En cuánto lo echaba de menos. El abuelo sufría por toda la familia.
—Estoy furioso con él.
Lamentó de inmediato haber dicho aquello. No porque no fuera cierto, sino porque hablar de ello no servía de nada. Él era el experto en mantener un tono desenfadado para todo, y le gustaba que fuera así.
—¿Por qué estás furioso con él?
Edward había sabido que Bella insistiría. Era la clase de persona capaz de hacerle pensar en cosas que prefería olvidar.
—No quiero hablar sobre ello —dijo con frialdad, alejándose hacia la puerta—. Me voy a la cama.
—Yo también —contestó Bella, siguiéndolo.
Edward fue directamente al baño. Cuando salió, Bella había apagado la luz. Distinguió el bulto que hacía bajo las mantas. Se quitó los vaqueros y la camiseta y se metió en la cama con los calzoncillos, tratando de mantenerse lo más alejado de ella que pudo.
Ablandó la almohada y se tumbó de espaldas. Bella permaneció tan silenciosa y rígida como un maniquí.
La irritación de Edward con ella no se había ido por el desagüe junto con la pasta de dientes. Y la evidente incomodidad que le producía estar junto a él en la cama lo enfadó aún más.
—No voy a atacarte, maldita sea.
—No es eso lo que me preocupa —dijo ella, con calma—. Anne siempre decía que uno no debía acostarse enfadado. Y te debo una disculpa, Edward.
—¿Quién es esa Anne? —preguntó él, irritado.
—Una de las mujeres que nos cuidaba en el orfanato Thurston. Ella habría opinado que no era asunto mío preguntarte sobre lo que sentías por la muerte de tu hermano. Y habría tenido razón. Discúlpame, Edward. Lo que sientas no es asunto mío.
—Eres mi esposa —Edward no supo por qué había dicho eso, por qué no se había limitado a asentir. Alimentar su rabia habría sido una respuesta mucho más segura y distanciadora.
—Temporalmente —dijo Bella—. Es sólo que…
—Adelante —Edward había notado que Bella se estaba relajando al hablar, y sabía que no sería capaz de dormir teniéndola al lado rígida como una tabla de planchar.
—Yo también he perdido a personas queridas, Edward. Puede que no conociera a mis padres como tú conociste a James, pero me he sentido triste. Y enfadada. He pensado que tal vez te apetecería hablar de ello.
Lo que le habría apetecido a Edward habría sido evitar por completo el tema. Suspiró.
—Me he comportado como un estúpido —dijo—. Soy yo el que debería disculparse.
—Acepto tus disculpas si tú aceptas las mías.
—Hecho.
Edward volvió a suspirar.
Con el enfado desvaneciéndose, sólo percibió en el dormitorio la tranquila respiración de Bella y el aroma de su cuerpo. Cerró los ojos y trató de pensar en los últimos detalles de su retirada de Cullen Oil. Desde el día siguiente empezaría a trabajar sólo media jornada para dedicar el resto de la tarde al rancho con Emmett.
La calidez del cuerpo de Bella invadía poco a poco su lado de la cama.
No tenía nada de especial.
—¿Crees que oiré a Eddie si me necesita? —susurró ella, y su aliento acarició la piel del hombro de Edward.
Éste tragó con esfuerzo.
—Yo te he oído perfectamente.
Bella suspiró.
—Sí.
Unos segundos después estaba profundamente dormida.
Unas horas después Edward seguía despierto. Incluso después de que Bella se levantara para amamantar al bebé y luego volviera a la cama, durmiéndose de inmediato. El calor de su cuerpo parecía buscarlo por muchas vueltas que diera.
Finalmente se adormeció.
Y cuando despertó volvió a encontrarse rodeado del calor de Bella. Con los ojos aún cerrados, flexionó los brazos y descubrió que los tenía en torno a ella. Su trasero estaba firmemente pegado a su entrepierna.
Gruñó suavemente y abrió los ojos.
De pronto, Bella se volvió y se apartó de sus brazos. Estaban en su lado de la cama, mirándose a los ojos.
—¿Y bien? —dijo Bella.
Edward quiso decir algo. Prometer que no volvería a suceder. Hacer algún comentario gracioso para neutralizar el momento. Cualquier cosa que no convirtiera en algo especial despertar con ella entre sus brazos.
El aroma de Bella se había prendido a su piel. Eso le gustaba.
Ella se humedeció los labios. Eso también le gustó.
—Nos vamos hoy mismo de aquí —dijo, de repente.
Bella parpadeó.
—Hay una pequeña casa ranchera en mi propiedad —continuó Edward—. La gente que me vendió la tierra dejó allí casi todo lo necesario —Bella y él podrían estar allí a solas. Separados.
—Pero tu abuelo… los criados…
—No les parecerá extraño que queramos estar solos. Resultará incluso más convincente.
Un intenso rubor cubrió las mejillas de Bella, rodeando sus orejas de un irresistible color rosado.
Edward apretó los puños. No podía volver a dormir con ella si pretendía que no sufriera. «Trasládate cuanto antes al rancho», se dijo. Allí podría mantener las distancias.
En la habitación que había elegido para sí y para Eddie, Bella terminó de ordenar la ropa del bebé en la recién limpiada cómoda.
Ella y Edward habían llevado sus cosas por la mañana temprano. Evelyn protestó cuando supo que se iban, pero luego sonrió comprensivamente y les ayudó a hacer el equipaje.
El ama de llaves quiso enviar con ellos a una de las criadas para que les ayudara a limpiar la casa, pero Bella dijo que no. Sin embargo, aceptó una caja llena de lo necesario para hacer una buena limpieza. Había dejado la pequeña casa de dos dormitorios reluciente, esperando mientras lo hacía que su sensación de vergüenza desapareciera.
Era evidente que Edward había decidido trasladarse para evitar otra noche con ella en su cama.
Y era culpa de ella.
No habiendo pasado nunca una noche entera con un hombre, había experimentado el sueño más inquieto de su vida. La presencia de Edward, sus brazos, acabaron ofreciéndole consuelo y paz. No era de extrañar que el pobre hombre hubiera huido asustado… y sin otra elección que llevarla consigo al rancho.
¿Pensaría que empezaba a sentirse demasiado cómoda con él? Primero, había tratado de inmiscuirse en algo tan personal como las emociones que despertaba en él la muerte de su hermano y luego se había dejado abrazar complacientemente.
Esperaba que Edward no lo viera así.
Pero Edward se mostraba siempre tan tranquilo y controlado, tan rápido en sus respuestas, que su repentina decisión de huir al rancho la había sorprendido. Pero sabía que había sido una reacción impulsiva provocada por la noche que habían pasado juntos.
En su cuna, Eddie protestó por la falta de atención de su madre. Sonriendo, Bella lo tomó en brazos y acarició su cabecita con la mejilla. Su dulce olor siempre suavizaba los pesares de su corazón.
Pero ahora no la reconfortó.
El amor que sentía por su bebé era tan intenso como siempre, pero aún sentía algo, una especie de vértigo, relacionado con Edward. Vergüenza. Culpabilidad por haberle hecho salir de su propia casa.
Sí, eso era.
—¿Cómo vamos a compensarle? —preguntó en alto a Eddie.
El bebé la miró solemnemente.
—¿Qué tal si hacemos algo para mejorar esta casa? —aunque ya estaba limpia, la pequeña casa ranchera tenía el ambiente impersonal y utilitario de las barracas. Tal vez no fuera la verdadera esposa de Edward, pero podía hacer el esfuerzo de convertir aquello en un verdadero hogar para él.
Bella llevó su talonario a la ciudad, pero, al parecer, todos los dependientes de las tiendas de Freemont Springs estaban al tanto de su reciente condición de casada. Todo lo que compró fue automáticamente cargado a la cuenta Cullen.
Para las seis de la tarde tenía una fuente burbujeando en el horno, la ensalada preparada y cerveza en la nevera. Sonrió satisfecha mientras miraba a su alrededor. Sabía que Edward agradecería su esfuerzo.
Aparte de la comida, había añadido algunos detalles para hacer más cálida la casa. Había cubierto el gastado sofá del cuarto de estar con una colcha hecha a mano que había encontrado en una tienda local.
En un local de artículos de segunda mano había encontrado un par de grabados enmarcados que, colgados de la pared, añadieron cierto color a la habitación.
Un recipiente con brillantes manzanas verdes y rojas servía de centro en la mesa de la cocina. Colocó su vieja televisión en blanco y negro en un extremo del cuarto de estar, sobre un cajón de embalaje que cubrió con una colorida bufanda. Sonrió de nuevo. La casa resultaba mucho más acogedora así. Tal vez a su manera, no a la de un Cullen, pero estaba segura de que él se daría cuenta de cómo se había esforzado por adecentar y decorar el lugar.
Se pasó las manos por la blusa, ajustándola en la cintura de sus vaqueros. También se había acicalado un poco. Sólo para que Edward no creyera que era totalmente dejada. Se había abultado un poco el pelo revolviéndolo con las manos y había logrado que su rostro se animara a base de un poco de maquillaje y un ligero toque de pintalabios.
Eddie, recién bañado, parecía satisfecho mirando la cocina desde su sillita.
El sonido de gravilla pisada llamó la atención del bebé, y también la de Bella. Edward había llegado a casa.
Y no precisamente de buen humor. Cuando entró, miró a Bella largamente y respondió con un apagado monosílabo a su animado saludo.
No miró a su alrededor. No olfateó el olor a comida apreciativamente. Acarició distraídamente la barbilla de Eddie y luego desapareció en su dormitorio.
Bella oyó el sonido de la ducha. Apagó el horno y preparó la mesa. Edward volvió al cabo de unos minutos, le dedicó otra de aquellas largas miradas, se fijó en la mesa preparada para dos… y volvió a desaparecer. Después de tomar una cerveza de la nevera.
Sin hacer ningún comentario sobre la casa o la comida.
Bella se sirvió en su plato y habló con Eddie mientras comía. Estaba a medias cuando Edward entró de nuevo en la cocina para tomar otra cerveza. En esa ocasión desapareció con las cinco que quedaban en el pack.
Bella miró a Eddie. Éste le devolvió la mirada.
Oyó el sonido de la puerta del todoterreno abriéndose y luego cerrándose. A pesar de que el motor se puso en marcha, el vehículo siguió donde estaba.
—¿Qué estará haciendo? —se preguntó en voz alta.
Al parecer, Eddie tampoco lo sabía.
Bella limpió su plato, devolvió la ensalada a la nevera y la fuente al horno. Luego pensó en todo lo que había pasado durante el día.
Mirando a Eddie, que parecía a punto de dormirse, dijo:
—Edward no va a quedarse solo sentado en ese todoterreno.

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