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sábado, 31 de diciembre de 2011

EPBDA - Capítulo 9

Capítulo 9
El abuelo les estaba haciendo esperar. Edward se movió inquieto en el viejo sofá del rancho.
—Es una táctica —dijo, refunfuñando—. Llegar tarde le pone en situación de ventaja.
Bella sonrió serenamente mientras acunaba a Eddie en sus brazos.
—Hmm.
Edward se puso en pie.
—Sé que es una táctica. Yo mismo la he utilizado, pero sigue volviéndome loco.
—¿Y si lo único que sucede es que se ha retrasado? Lleva fuera un mes. Seguro que ha tenido que ponerse al día de muchas cosas.
Edward miró a Bella con gesto horrorizado.
—Te va a hacer picadillo, querida. Te estrujara hasta que no quede más que el aroma de tu champú.
Bella siguió sonriendo y acunando al bebé.
Edward gruñó.
—Está claro que no lo comprendes. El abuelo está buscando cualquier grieta, la mínima fisura. Para conseguir que se crea este matrimonio vamos a tener que hacerlo muy bien.
Los ojos color turquesa de Bella destellaron.
—¿Qué no es real en este matrimonio, Edward? ¿Qué parte debemos simular?
La mirada y las palabras de Bella hicieron que Edward volviera a sentarse. «¿Qué no es real en este matrimonio?» La noche pasada, en su cama, Bella había sido toda una maravillosa realidad.
Debería estar agradecido a su abuelo en lugar de dedicarse a refunfuñar. La inspección del viejo sería la última barrera a superar para conseguir hacerse con su fideicomiso. Cuando tuviera el dinero ya no necesitaría aquel matrimonio.
Bella y Eddie podrían comenzar su nueva vida. Él recuperaría su identidad perdida de playboy.
Ella encontraría un hombre con el que casarse de verdad.
«¿Qué no es real en este matrimonio?»
—¡Odio esto! —exclamó Edward.
Bella alzó las cejas.
—¿Te refieres a la espera?
—Por supuesto —espetó Edward—. ¿A qué me voy a referir si no?
—Ah, ya veo. Realmente eres el Lobo Feroz a la mañana siguiente.
Edward no pudo evitar sonreír. El recuerdo de la noche pasada era demasiado dulce y ardiente como para no revivirlo. Volvió a levantarse del sillón y se arrodilló ante la mecedora en que estaba sentada Bella. Con las manos en los brazos de la mecedora, detuvo su movimiento—Bella.
¿Qué decir a continuación? ¿Darle las gracias por haber sido tan complaciente? ¿Rogarle que volviera a serlo? ¿Hacerle otra promesa como la de la noche anterior: que sería ella la que decidiera cuándo acabaría aquello?
¿Qué sería más justo? ¿Qué estaría bien? ¿Qué podía decir cuando la realidad era que esperaba ansiosamente que su abuelo aprobara aquel matrimonio para poder terminar con él?
—Comprendes por qué estamos aquí, ¿verdad, Bella? —dijo, finalmente.
Ella asintió.
—Un hombre necesita recuperar el control de su empresa. Otro hombre necesita liberarse de ella.
—De la familia —corrigió Edward—. De las responsabilidades —tras una pausa, añadió—: Y también estamos aquí para que tú puedas recuperar tu libertad.
Los ojos de Bella se agrandaron. Edward se preguntó si era dolor lo que había percibido en ellos. Pero él no le había hecho promesas…
Un perentorio golpe sonó en la puerta delantera. Se miraron un instante. Luego, respirando profundamente, Edward se levantó. Bella también lo hizo.
—Tú quédate aquí —dijo, con expresión impenetrable—. Deja que yo abra.
Los primeros minutos fueron un lío de presentaciones. El abuelo, con aspecto cansado pero firme, entró con Alice a su lado. Edward gruñó interiormente, sin saber si la presencia de su hermana mejoraría o empeoraría las cosas.
Si no mejoraban, se vería en Cullen Oil Works para toda la vida y su abuelo moriría en breve de una mezcla de pesar por la muerte de James y aburrimiento por la jubilación.
El viejo magnate accedió a sentarse y a que le sirvieran una taza de café. Bella y Alice también querían café. Necesitando algo en que ocuparse, Edward insistió en prepararlo y servirlo. Luego se reunió con las dos mujeres en el sofá. Alice, embarazada de su primer hijo estaba hablando de bebés con una pálida Bella. ¿Habría estropeado las cosas hablándole de su libertad?, se preguntó Edward. El abuelo dio un sorbo a su café.
—¿Y bien? —dijo Edward a Carlisle.
El anciano gruñó.
Edward volvió a intentarlo.
—¿Ha habido suerte en Washington?
—No estoy aquí para hablar de eso —dijo Carlisle.
Edward supuso que eso significaba que no.
Carlisle volvió a quedarse en silencio.
Dos podían jugar a aquel juego. Edward ignoró a su abuelo y dirigió su atención a su hermana y a Bella.
—Y entonces mi marido… —estaba diciendo Alice.
—Tengo tres preguntas para ti —interrumpió Carlisle.
Edward se dispuso mentalmente para la batalla y alzó las cejas.
—¿Y cuáles son?
—No me refiero a ti, sino a ella —dijo Carlisle, señalando con la cabeza hacia Bella.
Bella permaneció muy quieta un momento y luego apoyó una mano sobre una de las de Alice.
—Discúlpame —dijo y se volvió hacia el anciano—. Lo siento, señor Cullen. ¿Me ha preguntado algo? En caso de que no lo haya captado, mi nombre es Bella.
Alice y Edward se miraron con una mezcla de asombro y diversión.
Carlisle frunció el ceño.
—¿Qué tiempo tiene el bebé… Bella?
Receloso, Edward se deslizó hacia el borde del sofá.
—¿Por qué metes a Eddie en esto?
—Eddie tiene seis semanas —contestó Bella con calma, ignorando la pregunta de Edward—. Y como su nieto ya le ha aclarado, no es suyo.
Carlisle se cruzó lentamente de piernas.
—¿Quién es el padre?
Bella se ruborizó.
—Yo soy el padre de Eddie —dijo Edward, tenso—. Él no es mi hijo, pero yo soy su padre. No más preguntas, abuelo.
Carlisle miró a su nieto con dureza.
Edward le sostuvo la mirada. Solía dejar que el viejo se saliera con la suya casi siempre, pero en lo referente a Bella y a Eddie no estaba dispuesto a hacerlo.
Alice, siempre capaz de alcanzar un lado más amable de su abuelo, rompió la tensión reinante empezando a hablar sobre bebés, sobre cómo hacerlos sonreír, sobre cómo bañarlos…
Edward se encontró respondiendo tanto como Bella. Sabía mucho sobre bebés, especialmente sobre Eddie. Acababa de decirle al abuelo que él era el padre del bebé. Cuando Bella y Eddie se fueran, se aseguraría de ver a menudo al niño.
Luego Bella empezó a preguntar a Carlisle cosas sobre los sitios importantes de Washington. El viejo incluso se molestó en contestar.
Alice dio un suave codazo a Edward.
—Lo has hecho muy bien, hermanito. Debería haberte visitado antes. Me gusta Bella.
—Tú también acabas de casarte. Supongo que comprenderás que quisiéramos algo de intimidad —Alice también estaba supervisando la construcción de una nueva casa en el rancho de su marido, Jasper. Edward había utilizado aquello como otra excusa para mantenerla alejada—. ¿Y cómo es que Jasper ha accedido a perderte de vista?
—Estoy eligiendo algunos muebles que el abuelo me ha ofrecido; entre otros, el escritorio de la abuela —Alice miró a su alrededor—. A vosotros también os vendrían bien unas cuantas cosas para la casa.
Edward no quería explicarle que sólo era un lugar temporal para una familia temporal.
De pronto, Alice abrió los ojos de par en par.
—¡Mira eso!
Edward volvió la cabeza y vio que Bella acababa de dejar a Eddie en sus brazos. No podía decirse que el anciano estuviera sonriendo, pero su rostro se había suavizado.
Edward no podía creerlo. El rostro de Bella relucía de orgullo por su hijo y cariño hacia Carlisle.
Estaba a punto de apartarse cuando el anciano la tomó por la muñeca.
—Tercera pregunta, jovencita.
Edward se tensó de inmediato.
—¿Amas a mi nieto?
Un zumbido invadió de pronto los oídos de Edward. Había llegado el momento de la verdad. El momento de hundirse o salir a flote, y hacía menos de media hora que prácticamente había echado a Bella mencionándole su libertad. Y después de haber disfrutado del mejor sexo de su vida.
¿Quién podía culparla si tomaba el camino fácil y le decía a Carlisle que aquel matrimonio era una farsa?
Ella no quedaría en peor situación y él se vería atado a Cullen Oil Works durante tres años más, sino para siempre.
Por encima del zumbido, oyó la voz de Bella.
—Última pregunta, ¿de acuerdo?
Carlisle gruñó a modo de asentimiento.
—¿Lo amas? —volvió a preguntar.
Edward resistió la urgencia de agitar su cabeza como un perro para librarse del ruido en sus oídos. Alice se inclinó hacia adelante.
Tan sólo un lIrina matiz de color en las mejillas de Bella delató cierta incomodidad. Volvió la cabeza y su mirada encontró la de Edward. El azul turquesa era un bello color.
—Sí —dijo—. Sí, amo a Edward.
El abuelo apoyó la espalda contra el respaldo de la mecedora.
Alice suspiró y se relajó de nuevo sobre el sofá.
El zumbido desapareció de los oídos de Edward y la habitación quedó repentinamente silenciosa.
Bella volvió a ocupar su lugar junto a Alice. Segundos después estaban hablando de embarazos y bebés. Carlisle sostenía en silencio a Eddie, que parecía mirar sus pobladas cejas con fascinación.
—Ojala estuviera aquí James —dijo Alice, y abrazó impulsivamente a Bella—. O al menos Victoria —añadió con un suspiro—. Espero que se encuentre bien.
Con aquellas palabras y aquel pequeño suspiro, una certeza sólida como una roca se formó en la mente de Edward. Se puso tenso, como esperando que un lazo fuera a rodearle el cuello. En cualquier momento perdería el aire. Porque, de pronto, supo la verdad.
Nadie iba a conseguir su libertad ese día. Ni ningún otro día.
Sí, tal vez lograra librarse por fin de Cullen Oil Works, pero estaba metido en aquel matrimonio para toda su vida.
Bella había dicho que lo amaba.
¡Había dicho que lo amaba!
Desde el momento en que la conoció le costó separarse de ella. Podría haberla dejado en la sala de urgencias, pero volvió al hospital.
Podría haberle enviado un ramo de flores. En lugar de ello, fue en persona y acabó sujetándola de las manos mientras ella daba a luz un hijo que él ahora consideraba suyo. Creía que su alianza sería temporal.
Pero Bella era a la vez tímida y sensual, y lo necesitaba. Lo necesitaba como padre de su hijo. Lo necesitaba a él y a la familia que él podía ofrecerle con Alice y el abuelo.
Por alguna extraña razón, no dedicó ni un sólo pensamiento al peso de la responsabilidad que suponía aquello.
—¿Edward? —dijo Alice—. ¿Tú qué piensas?
Edward no sabía de qué estaban hablando. Pero sabía que estaba casado con Bella para siempre.
Y esperaba que entre todas las cosas que podía darle, seguridad, un hogar, una familia, calor en la cama por las noches, ella no se fijara en la única que no podía ofrecerle.
Su corazón.
Bella dejó escapar un suspiro de alivio cuando Edward cerró la puerta. Carlisle y Alice se habían ido.
Edward le tocó el hombro.
—¿Estás bien? —preguntó—. Ha sido más duro de lo que esperaba.
Bella se encogió de hombros. El encuentro con Carlisle había sido más duro de lo que Edward sabía. El anciano la había arrinconado en la cocina antes de irse.
—Alice siempre decía que si metes la nariz en agua también te mojarás las mejillas.
Edward hizo una mueca.
—Creo que eso lo entiendo.
—Significa que yo me lo he buscado —todo. Cuando aceptó casarse con Edward, estaba aceptando interpretar el papel de esposa ante su familia. Pero entonces no sabía lo que iba a llegar a sentir por él.
Edward dio una palmada animadamente.
—Creo que deberíamos celebrarlo. Sé que el abuelo está satisfecho.
—Yo no estaría tan segura de ello —dijo Bella. Antes de irse, Carlisle Cullen le había ofrecido medio millón de dólares para que le dijera la verdad sobre su precipitado matrimonio.
—¿Por qué dices eso?
Bella no sabía si contárselo. Había rechazado el dinero, por supuesto, y había vuelto a asegurar a Carlisle que amaba a Edward. Incluso le había dicho que quería seguir siendo la esposa de Edward para siempre.
Había dicho la verdad.
No estaba segura de querer repetir aquello a Edward.
—Yo…
En ese momento sonó el timbre de la puerta. Era Emmett, que pasó al interior con una caja de donuts en la mano.
—Hola. Acabo de cruzarme con Carlisle en su flamante Cadillac. ¿Estaba…?
—Llegas en el momento preciso. Estamos de fiesta.
Al parecer, Emmett siempre estaba dispuesto para una fiesta. Mientras iba a su coche a por algunos CDs, Bella preparó otra cafetera. Poco después se encontró comiendo donuts y riendo las bromas de los dos hombres.
Al oír la danzarina melodía de un violín, Emmett la tomó de la mano y bailó con ella en torno a la pequeña cocina. Bella tropezó con la encimera, con la nevera, con la mesa… y acabó sentada en el regazo de Edward.
—Te estás divirtiendo demasiado sin mí —susurró él junto a su oído.
Bella se estremeció. El cálido aliento de Edward en el cuello le recordó la noche pasada.
Emmett se dejó caer en una silla junto a la mesa.
—¡Hace años que no bailo!
—Sí, claro —Edward apoyó una mano sobre el abdomen de Bella—. Resulta que sé que el día de Año Nuevo estuviste bailando hasta el amanecer. ¿Cuánto ha pasado desde entonces? ¿Seis semanas?
Emmett se apoyó contra el respaldo de la silla y cruzó los pies por los tobillos frente a sí.
—¡Entonces eres tú el que lleva años sin bailar!
Bella se apoyó contra el pecho de Edward y escuchó a los dos hombres bromeando. ¿Y si aquella pudiera ser su vida para siempre? ¿Y si algún día, antes de recuperar su dinero, Edward le confesaba su amor? Entonces tendría toda la vida por delante con aquel hombre, en aquella cocina, en aquella casita… ¿No acababa de reclamar Edward a Eddie como hijo suyo?
—¿Qué te parece? —preguntó Edward, estrechándola cariñosamente por la cintura—. ¿Te apetece que vayamos a bailar esta noche?
—No sé. La verdad es que no he ido mucho a bailar —dijo Bella, aunque por dentro estaba gritando «¡sí!». Cuanto más estuvieran juntos, más probabilidades habría de que Edward descubriera que no podía vivir sin ella.
—Conseguiremos una canguro para Eddie —dijo él—. Seguro que a Alice le encantaría cuidarlo.
Bella sonrió y asintió. Se había establecido una conexión inmediata entre la hermana de Edward y ella. Estaba segura de que Alice disfrutaría de la posibilidad de jugar un rato a ser mamá.
Emmett sacó otro donut de la caja.
—Creo que deberías dejarle el bebé a Carlisle.
Edward hizo una mueca.
—Probablemente aceptaría si Bella se lo pidiera. Lo ha conquistado y lo tiene justo donde quería.
Un frío dedo deshizo la bruma de felicidad que envolvía a Bella. Lo cierto era que no había convencido a Carlisle. El anciano seguía sospechando que su matrimonio era una farsa.
A pesar de todo, intuía que Carlisle tenía un buen corazón. Sólo trataba de proteger a los suyos, como ella habría hecho con Eddie. Con el tiempo, estaba segura de que lo conquistaría. No había motivo para romper la ilusión de Edward.
—Así que ya tenemos a Alice para cuidar al niño —dijo él, tamborileando con los dedos sobre la mesa—. ¿A dónde crees que deberíamos ir? ¿Al Spot?
Emmett, que estaba comiendo un donut, negó con la cabeza vigorosamente.
Edward frunció el ceño.
—De acuerdo, no vamos al Spot. ¿Qué tal el Dancer’s? He oído decir que hay un nuevo grupo…
Emmett tragó.
—¿En que estás pensando? Al Dancer’s tampoco. Tenemos que buscar un sitio más alejado. Será más divertido.
—¿Más divertido?
—Yo iré sin pareja. Así podremos comportarnos como tres solteros en busca de amor.
Bella se sintió como si le hubieran dado una bofetada. Edward se puso tenso.
—¿Tres solteros en busca de amor?
Bella se levantó de su regazo y ocupó la silla libre.
—Eso es —dijo Emmett, sonriendo, aparentemente satisfecho de sí mismo—. Puede que los tres encontremos a alguien nuevo esta noche.
Bella centró su mirada en la caja de donuts.
La voz de Edward sonó crispada cuando habló.
—¿Por qué íbamos a buscar Bella y yo a alguien nuevo?
Emmett sonrió.
—Vamos. Soy yo, amigo. Guárdate el rollo de recién casado para tu abuelo.
—Yo no voy a engañar a Bella.
—¿Quién habla de engañar? —Emmett apartó aquella idea con un expresivo gesto de la mano—. ¿Por qué crees que he sugerido un sitio más alejado? Así nadie nos conocerá. Nadie sabrá que estáis casados.
—Pero estamos casados.
—¿Qué diablos te pasa? —preguntó Emmett, arrugando la frente—. No te entiendo.
—Puede que Bella y yo sigamos casados.
La voz de Edward surgió firme de entre sus labios. Bella alzó la cabeza y lo miró sin disimular su asombro.
—¿Qué? —preguntó Emmett, también asombrado.
—¿Por qué no íbamos a seguir casados? —dijo Edward, mirando a Bella—. Tengo todo lo que ella necesita. Una familia. Y puedo ser el padre de Eddie.
Emmett volvió a hablar por Bella, que seguía sin poder pronunciar palabra.
—Pero sólo os casasteis por conveniencia, para conseguir que Carlisle hiciera de una vez lo que querías.
—Y es una situación conveniente. Estoy casado. Tengo un hijo. Sin líos, sin problemas.
«Sin amor», pensó Bella.
Emmett se pasó una mano por el pelo.
—Pero… pero… eres un soltero empedernido. Eres el playboy de Freemont Springs.
—Tú eres el soltero. Y te cedo el puesto de playboy.
Emmett miró a Bella.
—¿Lo has oído?
«No podría pedir más», pensó ella. Qué fácil habría sido pronunciar aquellas palabras. Aceptar la oferta de Edward y simular durante toda una vida que eso le bastaría.
Pero Edward no había dicho nada sobre el amor.
—No… no sé qué decir, Emmett.
—Bella —Edward la tomó de la mano y la estrechó cariñosamente—. Quiero seguir como estamos.
Emmett movió la cabeza.
—No entiendo nada. No comprendo qué estás haciendo.
Edward taladró a su amigo con la mirada.
—Puede que no sea asunto tuyo.
—Puede que no me guste ver que estás cometiendo un gran error —replicó Emmett.
Edward ignoró el comentario y se volvió de nuevo hacia Bella.
—¿No te parece buena idea? Nos llevamos bien. Sabes que es así.
Bella sintió un intenso calor irradiando de la mano que le sostenía Edward. Se llevaban bien. En la cama, la pasión casi los había consumido. Ella lo amaba.
Pero él no la correspondía.
Y si aceptaba su propuesta, nunca lo haría.
—Dime que quieres seguir casada —insistió Edward.
Bella apartó la mano.
—No puedo.
Edward oyó que la puerta del dormitorio de Eddie se cerraba tras Bella. Miró a Emmett con cara de pocos amigos.
—Ha sido culpa tuya.
Emmett bufó.
—Sí, claro.
—Lo has estropeado todo.
—Entonces no deberías haber sacado el tema a colación mientras yo estaba presente. ¿Crees que lo has hecho por pura casualidad? Sin darte cuenta, querías que yo fuera la voz de la razón.
Edward apretó los puños.
—Discúlpame, Sigmund Freud, pero quiero que te vayas de aquí ahora mismo.
Emmett se levantó lentamente.
—¿Para que puedas volver a presionarla? Ya te advertí que no le hicieras daño.
Edward sintió que el estómago se le encogía.
—Así que todo esto es por Bella, ¿no?
—¡Claro que es por Bella! —Emmett acercó su silla a la mesa—. ¿Crees que lo que me preocupa es tu trasero? Es ella la que va a sufrir por tu culpa. Está enamorada de ti.
—Eso ya lo sé —espetó Edward.
Emmett movió la cabeza.
—En ese caso, deja que se vaya. Deja que encuentre alguien que la corresponda.
—No puedo hacer eso —dijo Edward con más suavidad—. No puedo.

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