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sábado, 7 de enero de 2012

EPBDA - Capítulo 10

Capítulo 10
Edward no quiso escuchar más a Emmett. Lo acompañó a la puerta y luego cerró ésta tras él.
Luego comprobó que Bella había cerrado por dentro la puerta del dormitorio. Cuando la llamó, ella le dijo que quería estar un rato a solas. Salió de la casa dando un portazo. Frustrado y cansado permaneció un rato sentado en el todoterreno. Al mediodía fue a un bar donde tomó un par de cervezas mientras veía la televisión.
Cuando volvió a la casa del rancho, la única habitación que tenía la luz encendida era la de Eddie. Encontró a Bella allí, con una manta sobre los hombros, amamantando al bebé. Su corazón empezó a martillear contra su pecho. Cómo la noche anterior, verla alimentando al bebé lo excitó.
La miró al rostro. Su expresión era estudiadamente impenetrable y sus ojos carecían de su habitual brillo. Sintió una desesperada urgencia de estrecharla entre sus brazos.
—¿Qué te sucede, cariño? —preguntó, acercándose a la cama.
—No —dijo ella en voz baja, alargando una mano—. Eddie está casi dormido.
Edward se quedó quieto, mirándola, como si temiera perderla de vista. Sus ojeras le preocupaban. En el bar, se había convencido a sí mismo de que su negativa a seguir casada con él se había debido a puro nerviosismo. Creía que podía hacerle cambiar de opinión.
Bella necesitaba lo que él podía ofrecerle. Si volvía a tocarla, a acariciarla, podría atarla a él.
Con exquisita ternura, Bella bajó de la cama y dejó al bebé en la cuna. Edward fue hasta allí y miró al bebé por encima del hombro de su madre. El pelo del bebé empezaba a oscurecerse.
«Se parece a mí», pensó, y no le pareció un pensamiento extraño.
Bella se encaminó hacia la puerta del dormitorio. Edward no la siguió. Ella apagó las luces, pero él permaneció en guardia. Eddie dormía pacíficamente. Lo mismo hacía él a aquella edad, ignorante de que sus padres habían muerto en un accidente en el mar.
¿Habrían estado sus padres junto a su cuna poco antes de morir? ¿Le habrían hecho promesas que no pudieron mantener?
Pero él sí podía hacer algo por Eddie… si Bella aceptaba. La encontró en la cocina, sentada en la mesa de espaldas a él, sosteniendo entre las manos una taza de té.
Edward quiso tocarla, abrazarla protectoramente.
—Bella.
Ella se volvió a mirarlo por encima del hombro.
Edward dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
—Eddie es precioso. Tú eres preciosa.
—Oh, Edward —Bella apretó la taza con fuerza, como si necesitara algo a lo que agarrarse.
Él se acercó. Como presintiendo su cercanía, Bella se levantó rápidamente de la silla y se volvió.
—¿Qué quieres?
Tocarla. Acariciarla. Si lo hacía, ella no podría separarse. Pero había una extraña inquietud en su mirada.
—¿Tienes hambre? —preguntó Bella al ver que Edward no contestaba.
—No. He tomado algo en el bar. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
Bella movió la cabeza.
—Tengo frío.
«Yo podría darte calor. Es lo que ambos necesitamos».
El instinto le dijo a Edward que las palabras bonitas no funcionarían. Dio un paso adelante y Bella se apartó hacia el fregadero. Dejó la taza en la encimera y abrió rápidamente la nIrinara.
—Pensaba que tenías frío —dijo Edward. La parte trasera del cuello de Bella lo atrajo como un imán. Se acercó silenciosamente.
Bella se irguió, y al volverse se topó de bruces con él.
—¡Me has asustado!
—¿Por qué? —preguntó Edward. El corazón le latía locamente en el pecho. No quería andarse con rodeos. Quería estar dentro de ella. Así no podría irse.
—No… no sabía que estabas ahí —Bella se humedeció el labio inferior con la lengua.
Edward sintió que su entrepierna se tensaba.
—Estoy tratando de ser todo lo civilizado que puedo respecto a esto, Bella.
Ella parpadeó y volvió a humedecerse el labio.
Edward pensó en su boca. En su lengua dentro de ella. En esa otra parte de su cuerpo dentro de esa otra parte del de ella. Caliente y húmeda…
Si la tocaba, podría retenerla.
Sus manos encontraron los frágiles hombros de Bella. Sus bocas se encontraron. Ella lo besó como si también tuviera dificultades para mostrarse civilizada.
Edward se apartó, respirando pesadamente. Los ojos de Bella, aún ensombrecidos, habían recuperado en parte el brillo turquesa que revelaba su deseo.
Tomó sus manos y las apoyó contra su pecho.
—Siéntelo —dijo, por encima del rugido de su pulso en sus oídos. ¿Sabía Bella que la protegería de cualquier cosa, de cualquiera… excepto de sí mismo?
Ella extendió las palmas de las manos sobre su pecho. Se puso de puntillas. Su boca se abrió para él.
La civilización se esfumó.
Los dedos de Edward buscaron torpemente la cintura de los vaqueros de Bella. Los soltó, le bajó la cremallera, metió la mano bajo sus braguitas y encontró su calor mientras exploraba su boca con la lengua. Ella se arqueó hacia él, gimiendo.
Con la mano libre, Edward le subió el jersey. El cierre frontal de su sujetador cedió fácilmente. Enseguida sintió un pezón endureciéndose contra la palma de su mano, como si él también quisiera un beso.
Bella gimió. Aquel sonido alimentó el fuego en la sangre de Edward, le hizo empujar hacia abajo sus vaqueros y sus braguitas. Luego, en un instante, liberó su poderosa erección de sus propios pantalones. Buscó un condón en el bolsillo trasero, se lo puso y, sin apenas transición, alzó a Bella y la dejó caer lentamente sobre su palpitante deseo. Mientras la penetraba, su cuerpo gritó de placer y sus instintos le dijeron que Bella ya no podría decir que no iba a ser suya para siempre.
Tras alcanzar un jadeante y explosivo orgasmo, la llevó en brazos al dormitorio. Saciado, satisfecho de haberse hecho cargo de todos los detalles, se tumbó junto a ella.
Estaba sumergiéndose en un plácido sueño cuando ella habló.
—Eddie y yo nos vamos mañana.
Edward sintió que algo se desmoronaba en su interior. Repentinamente despejado, se volvió y encendió la luz de la mesilla.
—¿Qué? —preguntó, tenso, irguiéndose.
—Nos vamos mañana —repitió ella.
Edward negó con la cabeza.
—Te he acariciado —dijo, como si eso significara que no podía irse.
Bella no lo negó. Por supuesto que la había acariciado. La atracción y el deseo nunca había sido un problema entre ellos. No debería haber hecho el amor con él esa noche, pero Edward había acudido a ella, ardiente, y ella había querido saborear por última vez lo que él podía darle.
—Tú y Eddie os quedáis. Vamos a seguir casados.
Edward estaba acostumbrado a conseguir lo que se proponía. Pero Bella sabía que tenía que ser tan fuerte como él. Salió de la cama y trató de no ruborizarse mientras buscaba algo que ponerse. La bata de Edward estaba colgando de una percha del baño. Se la puso y volvió a enfrentarse con él.
—Tú no nos quieres. Este matrimonio fue un montaje para que pudieras librarte de tus responsabilidades.
—Eso era antes —dijo Edward con firmeza.
¿Sería posible que la amara?
—¿Antes de qué?
—Tú y Eddie necesitáis lo que yo puedo ofreceros. Seguridad. A Alice y al abuelo. Tú quieres eso.
—Pero tú no.
Edward se encogió de hombros.
—Seguiremos casados.
Bella quiso gritar de frustración.
—¿No te ha dicho nunca nadie que no se pueden sostener dos sandías bajo el mismo brazo?
Edward gimió.
—Ahora no, por favor. Estoy cansado, irritado. No me hagas pensar demasiado.
—Significa que no puedes tenerlo todo. No puedes querer liberarte de responsabilidades y a la vez cargarte con otras.
—¿Liberarme de responsabilidades? ¿Es eso lo que crees que estoy haciendo con Cullen Oils?
—No. Sí. No sé —Bella se sentó en el borde de la cama.
Edward golpeó ciegamente una almohada con el puño.
—No tienes ni idea.
Bella sí sabía que quería relajar el enfadado puño de Edward. Abrir su mano y besarlo para alejar los sentimientos que le dolían.
—Pues cuéntamelo, Edward.
—James murió.
Bella percibió un matiz de profundo cansancio en su voz.
—Lo sé.
Edward soltó una brIrina y áspera risa.
—Por supuesto que lo sabes. No estaríamos aquí y nada de esto habría pasado si James no hubiera muerto —tras un momento de silencio, se aclaró la garganta—. Nunca quise trabajar en la empresa. Nunca. Pero James insistió en que sería una buena experiencia para mí. Prometió que me apoyaría cuando quisiera dejarlo.
—¿No lo hiciste por tu abuelo?
Edward suspiró.
—Por él también. El abuelo y James me convencieron para que lo intentara.
Así era Edward. Se hacía cargo del negocio familiar porque alguien necesitaba que lo hiciera. Permanecía casado con una mujer porque ésta parecía necesitarlo.
—¿Y ahora?
Edward miró a Bella intensamente.
—¿Por qué no iba a dejarlo? ¿Por qué no? Alice lo hizo. James se ha ido. Y cuando murió supe que había perdido la posibilidad de que me sacara de allí, como prometió.
—Quieres el rancho con Emmett.
—Y el abuelo, quiera o no admitirlo, necesita volver a ocuparse de Cullen Oil.
—Así que volvemos a la necesidad, a Edward haciendo lo que otros necesitan.
—En eso estás equivocada. Por una vez, estoy haciendo lo que yo necesito. Cuando James murió comprendí que había llegado el momento de vivir mi vida.
—Y encontraste a la vez una forma de ayudar a tu abuelo —le recordó Bella.
Edward miró a lo alto, exasperado.
—Haces que parezca un boy scout. Deberías hablar con Emmett; él te explicaría la clase de insignias que he ganado.
—¿Por qué no me lo cuentas tú?
Edward extendió los brazos a los lados.
—Soy el soltero favorito de Freemont Springs. ¿No puedes adivinarlo?
Bella se retrajo. Pensar en Edward con otras mujeres dolía. Pero mostró una despreocupación que estaba lejos de sentir.
—Así que has vivido lo tuyo.
Edward se pasó una mano por el rostro.
—No del modo que piensas, Bella. Los boy scouts no somos precisamente tontos. Nunca me he comprometido con ninguna mujer. Nunca he querido atarme.
El corazón de Bella comenzó a latir rápido y furioso. ¿Entonces por qué quería seguir casado con ella? ¿Qué había cambiado? ¿Acaso la amaba? ¿Se lo diría? Tragó para aliviar su reseca garganta.
—Edward…
—Pero ahora las cosas han cambiado —Edward bajó la mirada hacia sus manos—. Está Victoria. Estás tú.
—¿Victoria? Creía que no sabías dónde estaba.
—No lo sabemos. Ese es el problema. Y no pienso permitir que tú vuelvas a pasar por eso.
Bella se pasó una mano por la frente.
—No comprendo.
—No voy a hacerte lo que le hizo James a Victoria —dijo Edward—. Dejó a su hijo y a la mujer que lo quería. Eso no va a volver a suceder.
—Eddie no es hijo tuyo —murmuró Bella.
—Hoy mismo lo he reclamado como mío. Además, lleva mi nombre.
Bella tuvo que sonreír.
—Sólo el nombre de pila.
Edward se encogió de hombros.
—Lo adoptaré.
Tenía respuesta para todo. Como en otras ocasiones, su confianza apabulló a Bella. Tuvo que hacer acopio de todo su Valor para decir lo que quería.
—¿Y… el amor?
El tono de Edward fue totalmente neutro.
—¿Qué pasa con él?
Bella sintió que el rostro le ardía.
—Tú no…
—No creo en él.
—¿No? —Bella apretó los puños en el interior de las mangas de la bata de Edward.
—Ya has oído lo que me ha llamado Emmett. Playboy. Para ser sincero, Bella, llevo bastante tiempo disfrutando de mis relaciones con las mujeres. Si existiera el amor, ¿no crees que ya lo habría encontrado?
—Pero…
—Sí, ya te he oído decirle al abuelo que me amabas. Puedes llamar como quieras lo que sientes por mí.
—Pero yo te…
—No hace falta que lo digas —interrumpió Edward—. No es lo que quiero de ti.
Y por eso tenía que irse Bella.
—¿Es que no comprendes, Edward? —dijo con suavidad—. Eso es todo lo que tengo para ofrecer.
Los refranes de Alice no paraban de pasar por la cabeza de Bella mientras permanecía tumbada en la cama del motel.
«Para evitar el humo, no caigas en el fuego». Ya era demasiado tarde para eso. El deseo por Edward ya la había quemado.
«No puedes devolver a la cáscara un huevo revuelto». Totalmente cierto. El deseo había llegado a convertirse en amor y nada podía hacer que eso volviera atrás.
«El amor, el dolor y el dinero no pueden mantenerse en secreto. Se traicionan pronto a sí mismos». Ahí era donde se había equivocado. Cuando le había dicho a Carlisle Cullen que estaba enamorada de Edward, lo había perdido.
Se frotó los ojos y deseó poder dormir en lugar de darle vueltas a la cabeza. Pero no dejaba de revivir el momento en que confesó su amor. Edward se había puesto tenso al oírle decirlo, y ahora ella sabía que fue en ese momento cuando decidió seguir casado.
Debería haberse sentido encantada. Unos meses atrás se habría conformado con ello.
Tal vez debería haberse conformado ahora.
Bajó de la cama y fue a mirar a su hijo a la cuna que le habían facilitado en el motel. Eddie dormía plácidamente.
Dejando a Edward, ¿estaría negándole a Eddie algo que necesitaba? ¿Algo que merecía tener?
Pensó en sus propios padres. En la persona, su padre o su madre, que la dejó en una caja ante la puerta de un hospital en Los Ángeles.
Qué sola debía sentirse esa persona…
Qué sola estaría ella sin Edward…
Pero Edward no la amaba. Edward no creía en el amor.
¿Era eso lo que había hecho posible que aquellas manos la abandonaran ante el hospital? ¿Porque no existía el amor?
Mirando a su hijo dormido, Bella sintió cómo se henchía su corazón.
Quien quiera que la hubiera abandonado ante el hospital estaba equivocado. Edward estaba equivocado. El amor existía. Claro que existía. Y merecía la pena luchar por él.
Había hecho lo correcto alejándose de Edward. Ella y Eddie encontrarían alguna forma de salir adelante. Rompería aquel absurdo acuerdo prenupcial y no aceptaría nada de Edward. No cuando lo único que quería de él era su amor.
El silencio que reinaba en la casa se parecía a la calma que sobrevenía tras una explosión. Edward se había sorprendido y enfadado al comprobar que Bella se había acostado con él esa noche teniendo las maletas preparadas en el armario. No había tardado más de quince minutos en abandonarlo.
No le había dicho a dónde iba. Él se había sentido demasiado irritado como para preguntárselo. Ahora estaba sentado en el sofá del cuarto de estar, escuchando en la oscuridad.
El teléfono sonó. Lo descolgó al instante.
—¿Bella?
—¿Se ha ido a bailar sin ti?
Emmett.
—¿Qué quieres? —preguntó Edward en tono receloso.
—Un par de cosas. Primero, ¿has dado por zanjada nuestra asociación?
Emmett sabía que haría falta más que su ironía para romper una amistad de décadas.
—Tenías razón —se obligó a decir Edward.
Emmett rió.
—No sabes cuánto me alegro de estar grabando esta conversación. Y ahora, hablando en serio, ¿qué ha pasado?
—Se ha ido —Edward notó cómo se le contraía el estómago al decir aquello.
—Bueno, los dos sabemos que eres un bruto, ¿pero por qué ha dicho ella que se iba?
«Porque no la correspondo», pensó Edward. Pero fue incapaz de decirlo en alto.
—¿Has estado… enamorado alguna vez, Emmett?
—Me conoces desde que tenemos siete años. ¿Has olvidado a Andrea Richards?
—Pero eso fue en octavo grado.
—Y yo estaba enamorado de ella —el tono de Emmett sonó totalmente sincero.
—Yo nunca he estado enamorado.
—Ya lo sé. Yo también te conozco hace veinte años.
—Entonces, supongo que crees en ello.
—Sí.
Edward apretó los dientes.
—Quiero seguir casado con Bella. ¿No es eso suficiente? Le he dicho que no quería que fuera otra Victoria.
—Tratas de hacerlo mejor que tu hermano James, ¿no?
Edward sintió la rabia revolviéndose en su interior.
—¡Yo no soy así!
—En ese caso, deberías ser capaz de dejar que se fuera.
Otra emoción se agitaba también en el interior de Edward.
—Tú crees en el amor —dijo, para asegurarse—. ¿Por qué yo no?
Emmett suspiró.
—No lo sé, amigo. Tal vez porque nunca viste a tus padres juntos. Tal vez porque no has encontrado la mujer adecuada.
—He conocido muchas mujeres buenas.
—Pero no la adecuada para ti. Alguna en la que puedas confiar.
—¿Confiar para hacer qué? ¿O para no hacer qué?
—Me lo estás poniendo difícil, amigo —protestó Emmett—. Me refiero a una mujer en la que puedas confiar porque quiera a Edward, no a Edward Cullen, tal vez —sonriendo, añadió—. O una mujer que se ría de ti cuando le hagas preguntas tan tontas.
Edward suspiró.
—Has dicho que llamabas por un par de cosas. ¿Cuál es la segunda?
—Carlisle.
El estómago de Edward se contrajo de nuevo.
—¿Le ha sucedido algo?
—No, no. Pero acabo de recibir una llamada suya.
—¿Y?
—¿Te ha dicho Bella que esta mañana ha tratado de sobornarla?
—¿Qué?
—Sí. Le ha ofrecido medio millón de dólares para que le contara la verdad sobre vuestro matrimonio.
Edward apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá y gimió.
—Magnífico. ¿Y cómo es que te ha llamado Carlisle para contártelo?
—También ha tratado de sobornarme a mí. Esta mañana no consiguió nada de Bella.
Edward suspiró.
—Parece que lo has perdido todo, amigo —dijo Emmett.
—¿No sabes cómo hacer que un tipo se sienta mejor? —dijo Edward en tono irónico—. ¿Por qué has dicho eso?
—¿No crees que ahora Bella acudirá corriendo a tu abuelo? Ahora que no tiene un matrimonio, puede que necesite el dinero.

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